jueves, 10 de julio de 2008

Capítulo II



Siempre fue igual, una loca sin remedio. Su madre le permitía hacer todo lo que ella quisiera.

Al comienzo, fue solo un juego, deben saber que era una chiquilla de tan solo 15 años. Sin embargo, después se transformó en una adicción. El conseguir dinero fácil ambiciona a las personas, y esto fue lo que le ocurrió a la Chechi. Perdió el control de su propio cuerpo, y ya no importaba con quién se acostase, sino que por cuánto. No obstante, una noche se le acercó un hombre distinto. No la quería por una noche, sino que la quería para siempre. En un principio fue su cliente habitual, pero después, después todo cambió. La Chechi se enamoró. Y el dinero dejó de importarle. Todos pensaban que Roberto era un santo, por el hecho de haberla sacado de aquel antro de perdición, incluso cuando la Chechi quedó embarazada; decían que un niño traería paz y felicidad a sus vidas. Pero es que acaso a los 17 años, cuando una mujer tiene miles de sueños por realizar, miles de metas por alcanzar, en este preciso momento... ¿Puede un hijo traer la felicidad? Aún no sé si lo que esta pequeña familia vivió, en algún momento fue felicidad.


Pasaron los años y la escasez se hizo presente, ninguno de los 2 trabajaba y mi abuela no podía seguir manteniéndolos, por lo que la Chechi volvió a su antiguo oficio. El Migue recién había cumplido los dos años. Roberto, del que todos pensaban era un ángel caído del cielo, resultó ser un borracho, que lo único que sabía hacer bien, era gastar dinero, dinero que por cierto, era aquel que la Chechi ganaba.
Peleaban, se separaban, la Chechi lo echaba, lloraba, y lo rogaba para que volvieran. Así se crió el Migue, entre gritos y peleas, cantos de borrachos y carcajadas de mujeres.


Lo único que hizo la Chechi por su hijo, fue meterlo al internado. Iba de lunes a viernes, y los fines de semana se venía para nuestra casa. Recuerdo que siempre le preguntaba como era estar allá, pero nunca me contaba, lo único que me decía era que yo tenía suerte de poder vivir con mis padres. Quizá que cosas vivió allá. No deben haber sido muy buenas, porque pasaron 2 años, y el Migue no quiso ir más al internado, por lo que se fue a vivir con mi abuela. En tanto, la Chechi de vez en cuando se acordaba de que hace algunos años había parido a un chiquillo llamado Miguel.

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